sábado, 27 de junio de 2009

Mi paso por la educación...

Desde principios de este año estoy a cargo de una comisión en la materia Psicoanálisis: Escuela Inglesa, en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Nunca antes había tenido una experiencia similar. Lo más cercano a la tarea de docente que había realizado fueron las clases particulares de ingles que di a muy pocos alumnos hace algunos años, cuando recién egresaba del secundario. Tenía muchas expectativas con respecto a ser ayudante de una comisión. Durante dos años había sido coayudante y, si bien tenía mucha participación en la clase y contacto con los alumnos, sentía que no iba a ser lo mismo, esta vez iba a estar yo solita, era toda una responsabilidad.

Las dos semanas previas a la primera clase pensé en muchas cosas, pero sobre todo recordé a mis maestros y profesores, aquellos que por algún motivo me marcaron. Algo parecido me había pasado el año pasado, cuando empecé el profesorado de psicología. Pensar en la educación, la escuela, la enseñanza, el aprendizaje y muchas otras cosas me retrotraen inevitablemente a mi historia, tanto en la escuela como fuera de ella.

Lo primero que recuerdo es mi profesora de hockey cuando tenía 6 años. Era muy cariñosa y tenía mucha paciencia. Además era muy hábil en ese deporte, lo que me provocaba admiración.

El siguiente recuerdo es una maestra de ingles de séptimo grado. Era mala y tenía preferencias por algunos de sus alumnos. Nos trataba mal y nos decía cosas como “acá rige la ley del gallinero, los de arriba controlan a los de abajo”. También hacía cosas que no me gustaban como retar a un alumno a los gritos y en frente de toda la clase, logrando que este llorara o se pusiera muy colorado.

Cuando pienso en el secundario vienen a mi memoria muchos profesores. A algunos, como la de geografía o la de biología, las recuerdo como docentes aburridas, cuyas clases eran monótonas. Ellas se mostraban poco organizadas, poco informadas y hasta inseguras. Esto era detectado por nosotros, los alumnos, y en los últimos años provocaba que nos riéramos y no prestáramos atención. Son dos materias que cuando llegué al CBC tuve la sensación de que no había aprendido nada. Por otro lado pienso en la profesora de química, que pasaba todas las clases leyendo unas fichas amarillas, que eran las mismas que usaba todos los años y a la hora de evaluar tomaba las pruebas de los años anteriores. Nosotros conseguíamos esas pruebas y nos copiábamos pero al ver todas buenas notas la profesora enojaba y nos tomaba otra evaluación.

Sin duda el profesor que mejor recuerdo es el de historia de quinto año y educación cívica en cuarto. A todos nos gustaba mucho ir a sus clases. Eran distintas, eran novedosas y muchas veces eran divertidas. Creo que lo más destacable de sus clases es que siempre proponía actividades diferentes. Juegos de rol, representaciones de los diferentes momentos históricos, trabajos de investigación en equipo, inventar canciones con datos, muchísimas actividades muy distintas a las de los demás profesores. Además, a la hora de evaluar era coherente con las actividades que proponía ya que las pruebas eran presenciales pero se hacían una parte en grupo y la otra parte individualmente. El profesor ponía puntaje a la parte grupal y cada uno debía hacer lo mismo con la parte individual. Luego respetaba nuestra decisión. La libertad y la participación que nos daba en una decisión que considerábamos tan importante no existía en ninguna otra materia.

De la universidad tengo recuerdos positivos y negativos. Los positivos tienen que ver con situaciones en las que los profesores se mostraron más humanos, más cercanos al alumno, nos escuchaban y se interesaban por nuestra carrera. Los negativos en cambio, tienen que ver con clases magistrales, en su mayoría teóricos, en los que por ejemplo la profesora se enojaba porque alguien se retiraba antes de terminado el horario de la clase y con su micrófono interrogaba o retaba al alumno delante de una audiencia de alrededor de 100 personas.

Pero sin duda la persona que creo que más dejó marcas en mí con respecto a la educación es mi abuelo. Mi abuelo era profesor de historia y geografía. Tenía una gran trayectoria como docente, fue director de escuelas normales y de bellas artes, profesor en la universidad, y sobre todo un docente muy recordado por sus alumnos. Aún hoy, después de muchos años de su jubilación se acercan sus ex alumnos a mi familia para hablarnos de él. El destino hizo que mi abuelo falleciera mientras yo cursaba la primer materia del profesorado (el año pasado), pero tuve suficiente tiempo para escuchar millones de anécdotas de su experiencia en la educación. Considero que a pesar de que eran otros tiempos, otras escuelas y otros alumnos, en muchas situaciones el “la tenía clara”. Por ejemplo, siempre decía que una cosa era la conducta de un alumno y otra cosa era su aprendizaje. No estaba de acuerdo con que los profesores sancionaran a los alumnos por mal comportamiento con notas numéricas poniendo “unos” que luego serían promediados. Tampoco estaba de acuerdo con castigos físicos comunes en su época. Decía: “un alumno que se porta mal o falta el respeto no necesariamente tiene carencia de conocimientos acerca de las capitales de Europa” y esto lo mantuvo toda su vida, tanto que hasta discutió con docentes de sus nietos por estos y otros motivos. Las dos semanas posteriores a su fallecimiento llegaron montones de mails, cartas y artículos periodísticos recordando y alabando su desempeño como profesor (me pregunto en cuantas autobiografías habrá aparecido su nombre, además de la mía).

Considero que mi abuelo, como muchas otras personas y situaciones, influyeron para que yo tuviera esta curiosidad y estas ganas de ser docente. Tarea que cada vez me genera más placer y más adrenalina, y de la que espero aprender muchísimo más.

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